¿De dónde salió el fidget spinner?
La CDMX es una bestia que te come sin piedad. Selva de concreto, de contaminación, de vendedores ambulantes y puestos improvisados, de batallas campales en las entrañas demoniacas del transporte colectivo, de hedores nauseabundos por drenajes fracturados, de tráfico omnipresente y de oficinas hacinadas. El estrés es el platillo predilecto de los comensales citadinos, que últimamente nos quejamos mucho más de la saturación laboral que de las derrotas pasionales o románticas.
Bajo esas situaciones de estrés punzante, todos se ven en la necesidad de obsesionarse con algo que los saque del ajetreo y los deje en una especie de trance menos depravado. Una distracción terapéutica. Es así como buscan algún calmante para su ansiedad (ansiedad de sacar el teléfono, de checar los buzones de entrada, de scrollear sin control por las redes sociales). El tabaco sólo tranquiliza en las jardineras del edificio, pero al reingresar a la vorágine, ¿qué hacer?
Algunos optarán por bolas de metal, por pelotas para apretujar como el músculo del querido, por cubos multicolores que jamás completarán. Y ahora, desde los más outgoing hasta los más retraídos, pasando por los geeks y los ñoños, todos, definitivamente, eligen el fidget spinner. En inglés, fidget significa, literalmente, no estar quieto, moverse de forma nerviosa.
Y ahora, todos tienen un spinner en sus manos (yo he interrumpido mi escritura al menos unas tres veces para girarlo, y eso que lo recibí apenas ayer). El artefacto, conformado por tres puntas circulares que rotan sobre un eje central que se sostiene con los dedos de la mano, está cumpliendo absolutamente con su objetivo original: apaciguar.
Aunque el boom de los juguetes giratorios sucedió a principios de año, es un invento que data de la década de los 90. Catherine Hettinger, la creadora del modelo del spinner (aunque no se asume su “autoría” para todos los miles de modelos y versiones que han surgido en los últimos años), dijo en una entrevista para The Guardian que a principios de 1990, la asechó una enfermedad llamada miastenia gravis, un desorden que provoca un debilitamiento de los músculos.
Eso le impidió cuidar debidamente a su hija Sara, que ahora tiene 30 años. Catherine cuenta que no podía cargar sus juguetes o entretenerla mucho, así que empezó a diseñar un objeto que la entretuviera, que le ayudara a distraerla. Finalmente, tras varios rediseños, se creó una versión plástica del objeto: uno que ella pudiera girar al mismo tiempo que su hija. Sin cesar.
Aunque la creación estaba destinada exclusivamente a cumplir un fin, su popularidad entre la gente cercana logró que Catherine comenzara a venderlo en ferias artesanales de Florida, Estados Unidos.
Historia del spinner
Pero nada se compara con las ventas que hoy tiene el artilugio, considerado como el juguete más vendido del año. Y es cierto, nos sale al encuentro en todas sus presentaciones, en todas sus formas, en todos los colores posibles, con luces o sin ellas, en todas las esquinas, en el metro Pantitlán o afuera de Tacubaya.
La controversia generada se debe a que muchas de sus ventas a los niños se justifican con la falsa premisa de que los auxilia para el trastorno de hiperactividad y déficit de atención y en el caso de los adultos como un artefacto antiestrés. Sin embargo, de acuerdo con un artículo de ICON, del diario El País, que consultó a expertos en el teman, revela que venderlo como un remedio para cualquier enfermedad es fraudulento, pues hay que investigarlo mucho más todavía. No hay ninguna evidencia científica.
Lo que es cierto es el efecto psicológico que tiene y eso explica nuestra epidémica adicción. El neuropsicólogo Álvaro Bilbao dijo para el medio español: “Yo creo que es entretenido porque no para de moverse y el ruido que hace es bastante hipnótico. Al final estás pendiente de cuándo va a parar de girar”.
Es tan fácil de usar que sí se logra ese efecto relajante, pues no implica un esfuerzo sobrehumano ni una concentración absoluta. Es algo tan sencillo, tan pueril, que nos da la calma que nos frecuentaba en la infancia y que claramente, hemos perdido.
Una niña afirma: “Quizá esa sencillez es lo que lo hace adictivo. Dominarlo requiere pequeños desafíos que uno va superando sin problemas”. Sea como sea, los especialistas concuerdan en que el efecto responde a una necesidad moderna y a un mal de nuestros días: el estrés y las distracciones incesantes. Sencillamente, está supliendo muchos otros objetos que antes nos tranquilizaban. Y como todo, en algún punto tiene que pasar de moda y quedar en el olvido otros veinte años hasta que alguien lo vuelva a necesitar con todas sus fuerzas.
Mientras tanto, el spinner ya dio la milésima vuelta del día. Yace en nuestro escritorio, como cualquier otro artefacto necesario para el día al día. Lo mismo que un teléfono celular, que un ordenador, que una taza de café… Habremos de probar si gira sobre nuestras narices.
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