Europa podría responder con tasas al sector agrícola estadounidense
Durante su viaje rumbo a París la semana pasada, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, aprovechó para confesar que «el acero es un gran problema». «Están haciendo dumping con el acero, no solo China sino también otros países, están destruyendo nuestra industria, llevan haciéndolo durante décadas y voy a pararlo», señaló reavivando los rumores que apuntan a la imposición de cuotas y aranceles a los exportadores extranjeros.
Una opción viable a través de la invocación de la Sección 232 de la Ley de Expansión de Comercio de 1962, que permitiría a Trump justificar la imposición de tarifas a las importaciones aludiendo un asunto de seguridad nacional.
Coincidiendo con las declaraciones de Trump, un total de 15 economistas, entre los que destacaba expresidentes de la Reserva Federal, como Alan Greenspan o Ben Bernanke, mostraban la semana pasada su oposición a este tipo de medidas en una misiva dirigida a la administración del mandatario republicano. Dentro de la propia Casa Blanca también existe una profunda división. El director del Consejo Nacional de Comercio, Peter Navarro, y el estratega jefe de la administración estadounidense, Steve Bannon, parecen dispuestos a imponer medidas que protejan a la industria patria. Otros, como como Gary Cohn, el director del Consejo Económico Nacional, se oponen.
No es para menos. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ya avisó durante la celebración de la Cumbre del G20 que la eurozona «está preparada para tomar las armas si fuera necesario». El contraataque podría incluir aranceles sobre productos agrícolas procedentes de Estados Unidos, como el zumo de naranja, el whisky o productos lácteos, entre otros bienes.
Para Chad P. Bown, experto en materia comercial del Peterson Institute for International Economics, un think tank con sede en Washington, la imposición de aranceles a las importaciones del acero «socavarían el sistema de comercio basado en normas, ya que no existe una explicación clara sobre si las restricciones a las importación por razones de seguridad nacional son justificables». «Estas restricciones dañarían a la economía de Estados Unidos y darían lugar a posibles represalias contra las exportaciones estadounidenses», avisa.
Mucho que perder
Es cierto que los productores extranjeros de acero han ganado cuota de mercado en el mercado de acero estadounidense desde el cambio de siglo, pero más del 70% del mercado es suministrado por productores patrios. Las importaciones procedentes de China pasaron de los 400 millones de dólares en 2002 a los 8,000 millones de dólares en 2008, llegando a copar cerca del 16% del mercado estadounidense. Sin embargo estas cifras se desplomaron durante la recesión de 2009, y el año pasado, el gigante asiático solo supuso un 3% de los productores extranjeros de acero en Estados Unidos, con Canadá liderando la lista, con alrededor de 4,000 millones de dólares, seguido por Corea del Sur, Brasil, México y Japón.
«Un arancel sobre el acero producido en el extranjero elevaría el precio para los compradores estadounidenses», explica Jay H. Bryson, economista de Wells Fargo Securities. Este experto señala que si el arancel se limita solo a China, su efecto sobre la industria siderúrgica en general no tendrá un impacto profundo dada la pequeña participación del país en el mercado estadounidense. Sin embargo, una tarifa aplicada a todos los productores tendría consecuencias mucho más importantes. «Con cerca del 30% del mercado experimentando una subida de precios, los productores estadounidenses de acero podrían sentirse envalentonados para también elevar los precios», advierte Bryson.