Durante años, el consumo interno ha sido uno de los pilares del crecimiento económico del país. Hoy, está dando señales de desgaste. La euforia que despertaban promociones como El Buen Fin empieza a desvanecerse.
Nada dura para siempre y menos en tiempos de volatilidad económica. El consumo interno, que durante varios años ha sido pilar del crecimiento económico, está dando señales de desgaste. Y es una mala noticia justo ahora, cuando más se lo necesita.
Hace un par de años, el entonces subsecretario de Hacienda y Crédito Público, Fernando Aportela, y otros expertos del gabinete económico y de la iniciativa privada celebraban la fortaleza del mercado interno –vía consumo e inversión– y la calificaban como uno de los pilares del crecimiento del PIB, que si bien a lo largo del sexenio había sido modesto, no había dado señales de enfriarse. Eso sí ocurrió en otros países de América Latina, que dejaron de crecer e incluso se acercaron a la recesión.
Había muchos elementos para festejar, empezando por la hipótesis de que se estaba construyendo un nuevo segmento de la clase media, que ya tenía acceso al crédito bancario y deseos de disfrutar de bienes y servicios que en la pobreza les fueron negados. La euforia que despiertan promociones como El Buen Fin y la apertura de numerosos centros comerciales por todo el país eran parte de este fenómeno.
En pocos años, México sustituyó los antiguos televisores de cinescopio por modernas pantallas de televisión, algunas con precios arriba de 10,000 pesos, y jóvenes familias pudieron adquirir automóviles, departamentos, teléfonos celulares y otros equipos electrónicos.
Había dinero, crédito y confianza, y también la derrama silenciosa de las remesas que envían los migrantes, que en 2017 sumaron 28,000 millones de dólares (mdd). Con una inflación baja y pocos incentivos para el ahorro (en las cuentas pequeñas los bancos pagan tasas de interés meramente simbólicas), gastar resultaba una buena forma de disfrutar de la vida.
Trabajadores y consumidores de diferentes clases
En la última década, el otro pilar de la economía mexicana han sido las exportaciones; en particular, las manufactureras y, en especial, las del sector automotriz. En 2017 se fabricaron más de 3.7 millones de vehículos, entre autos y camionetas ligeras, y se exportaron 3.1 millones de unidades, sobre todo a Estados Unidos. La Asociación Mexicana de la Industria Automotriz (AMIA) confía en que este año se fabricarán más de 4 millones de vehículos.
El sector exportador está formado, sobre todo, por las empresas más grandes y productivas, que invierten en tecnología y automatización, pagan mejores salarios, pero ocupan relativamente menos trabajadores. Es el caso de las armadoras automotrices, los fabricantes de autopartes, la industria de electrónica y línea blanca, petróleo y petroquímica, farmacéutica y unas pocas más.
El resto del empleo, el de veras masivo, y el que por contraste es menos productivo y recibe salarios más bajos corresponde a las pequeñas y medianas empresas de capital nacional y estructura familiar. Hay compañías grandes que sirven al mercado interno (bancos, telefónicas, panificadoras, empacadoras, productos lácteos y conservas y algunos prestadores de servicios), pero el grueso son las pymes, donde lo mismo están los talleres mecánicos, las gasolineras, las imprentas y las fábricas de muebles o uniformes escolares. Aunque podrían clasificarse en diferentes niveles socioeconómicos, todos los trabajadores, aquellos del sector manufacturero exportador y los de las pymes, contribuyeron con sus salarios y sus aguinaldos a sostener el consumo interno. Hasta ahora.
Todavía en mayo del año pasado las cosas se veían positivas, lo que hizo que diversas fuentes, incluyendo Banco de México (Banxico), apostaran por un crecimiento mayor. En su comunicado del 22 de mayo, la Secretaría de Hacienda anunció que, con datos del INEGI, el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) durante el primer trimestre de 2017 se ubicó en 2.8% anual: “La resistencia de la economía ante choques externos se ha reflejado en un desempeño durante el primer trimestre mejor al esperado, generando revisiones al alza en las expectativas de crecimiento del sector privado”, y señaló la evolución positiva de la economía, cuyo motor ha sido la demanda interna en años recientes y donde el sector exportador muestra una mejor dinámica en meses recientes.
Hacienda también apuntó: “El crecimiento del PIB está sustentado en la fortaleza del mercado interno, así como una reciente recuperación de las exportaciones no petroleras”, y que “respecto a los determinantes del consumo, se observa un sólido desempeño, lo cual ha permitido una evolución positiva del consumo interno. Destaca el desempeño favorable de la generación de empleos formales, que durante abril se incrementaron 4.3% anual.”
La economía se enfría
Las cosas comenzaron a deteriorarse más adelante, cuando la ecuación ganadora se oscureció con malas noticias: en EU, la Reserva Federal (Fed) aumentó las tasas de interés, lo que obligó a que Banxico, todavía bajo la tutela de Agustín Carstens, tuviera que hacer lo mismo y no una sino cinco veces: comenzó el año en 5.75% y terminó en diciembre en 7.25%, ya con el nuevo gobernador.
Para entonces, las amenazas de Donald Trump y la incertidumbre sobre la renegociación del TLCAN habían hecho estragos en el valor del peso, que en enero cotizaba por encima de los 21.34 pesos.
A lo largo del año, la moneda se recuperó hasta los 17.50 (en julio), pero desde entonces ha seguido volátil. No hay que espantarse, porque desde hacía 17 años México no tenía una inflación tan alta: el 2017 cerró con una tasa anual de 6.77%, la mayor desde 2000, cuando llegó a 8.95%. Las cosas estaban dadas para que el consumo interno comenzara a enfriarse.
En septiembre, Banxico mostró un panorama bastante realista de lo que sería el resto del año: “El balance de riesgos se ha deteriorado y se encuentra sesgado a la baja. Entre los riesgos a la baja destacan: i) que la renegociación del TLCAN no sea favorable para el sector productivo mexicano o que incluso resulte en su cancelación; ii) que ante la incertidumbre relacionada con la renegociación del TLCAN diversas empresas pospongan aún más sus planes de inversión en México o que los consumidores reduzcan su gasto; iv) que el próximo proceso electoral en México genere volatilidad en los mercados financieros nacionales, y que ello incida en la evolución del gasto privado; v) que la inseguridad pública se torne en un factor más relevante para la actividad productiva”.
Otro aspecto que no se puede soslayar es el de los salarios, que numerosos indicadores y expertos han calificado como bajos para el estándar de la economía y en comparación con otros países de América Latina. Unifor, uno de los sindicatos más grandes de Canadá, llamó la atención sobre los bajos salarios de los trabajadores como parte de sus quejas en la renegociación del TLCAN.
Durante años se ha dicho que los aumentos salariales no se pueden dar por decreto, y que el salario mínimo es solo una unidad de referencia. En realidad, se sostiene que aumentar los salarios puede causar inflación y que solo se justifican incrementos conforme crece la productividad de los trabajadores. Son argumentos poco sostenibles, en general, porque a las empresas les ha ido bastante bien y, en particular, al sector bancario que, según la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV), tuvo utilidades récord de 137,000 mdp, 28.4% más que en 2016. Si se espera que los consumidores tengan para gastar, hay que romper de alguna manera el círculo vicioso de los bajos salarios y la baja productividad, con mejores sueldos e inversión en tecnología.
Bajan las ventas
Un signo inequívoco de que la magia del consumo interno quedó atrás es la venta doméstica de vehículos nuevos, que alcanzó 1.5 millones de unidades, 4.6% menos que en 2016. El mal dato no es que crezcan poco, sino que sean menores que las del año anterior. Es algo que tiene muy sorprendidos a los distribuidores.
Tampoco pudo ofrecer buenas cifras el sector detallista, representado en este caso por la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales (ANTAD). ANTAD es bien conocida porque reporta dos tipos de cifras: las ventas totales (VT) y las ventas mismas tiendas (MT), y en ambos rangos las ventas de 2017 crecieron al menor ritmo de los últimos tres años. Las ventas totales de 2017 fueron 4.5% superiores a las de 2016, cuando subieron 6.4% (y en 2015, 6.7%). A tiendas iguales, en 2017 las ventas crecieron 7.8%, contra 9.7% de 2017 (10.3% en 2015). Estos pobres resultados le costaron el trabajo a más de un gerente.
La clave está en la confianza
Es difícil saber cómo se resolverá la dinámica entre el consumo interno, la inflación y los salarios, y qué otros factores habrá que agregar. Por lo pronto, Guillermo Aboumrad, director de Estrategias de Mercado de la casa de bolsa Finamex, anticipaba ya en febrero que la Junta de Gobernadores de Banxico probablemente decidiría llevar la tasa de referencia a 7.50%. “En nuestra opinión –dijo–, independientemente de la reciente apreciación del peso mexicano, la inflación general está por encima del objetivo de 3.0%. Además, la reciente apreciación del peso (principalmente causada por la debilidad general del dólar estadounidense) está en debate.”
Los aumentos salariales generales están descartados, y la baja en la inflación, que se espera descienda hacia 5%, seguirá impulsando los precios. De manera que durante este año habrá que esperar poco en términos del consumo interno, que aumentará poco o nada.
El crecimiento de la economía, entonces, tendrá que recaer otra vez en las grandes industrias manufactureras y de exportación, en la inversión extranjera directa y las remesas.
Vía: https://www.altonivel.com.mx/economia/consumo-interno-mexico/