Mucho que hacer para decir: somos mujeres plenas en México

Por Dora Isa González

Desde la percepción de la modernidad, nos parece sorprendente concientizar que no tiene mucho que se validó el derecho al voto para las mujeres y que pudiéramos participar en la vida política del país, más aún, cuando no encontramos razones lógicas para considerar que alguien estuviera en contra de eso, como cuando pensamos cuántas personas pasan hambre en contraste a cuánta comida se desperdicia diariamente en el mundo.

Pero, en realidad las decisiones, la gran mayoría de las veces, no se decantan por lo que es mejor, ni más conveniente para el colectivo, sino lo que aparenta ser mejor por un grupo muy reducido de personas que por azares del destino, les tocó tomar las decisiones y el sistema hizo que nadie lo impidiera.

Así, vemos que la historia de las sociedades del mundo y de nuestras comunidades, cuentan con rumbos desiguales, unos más propicios al progreso y otros a lo retrógrado, de forma tan clara, que uno puede observar en las conversaciones diarias del argot popular, hablar de lo bueno y malo de estas naciones y localidades.

Se puede aplaudir a Nueva Zelanda por contar con el primer voto en 1893, o a Inglaterra por tener a Elizabeth como la primera gobernante conocida en la transición al modelo político moderno en 1558, en contraste con el retorno de políticas desiguales para las mujeres por el Talibán o que en nuestro país apenas hubo voto a partir de 1955 y que al parecer todo indica que tendremos en 2024 la primera presidenta mujer.

Pero de estos aplausos o abucheos al curso de la historia, es más surrealista encontrarse que muchos de los hechos que trazaron ese rumbo, tampoco derivan de construcciones maquiavélicas o del llamado colectivo organizado que ganó para que así fuera. Ejemplo, el que llegara Elizabeth a gobernar fue porque simplemente el único hijo legítimo de Enrique salió enfermo y tempranamente muerto, así como ante el hartazgo por tantas hijas repartidas entre religiones y madres, más los varones ilegítimos, lo que llevó al país a guerras internas absurdas, dieron como conclusión permitir que el o la primogénita fuera coronada. Una decisión audaz que, de no haberse tomado, básicamente no existiría el Reino Unido.

También, no todas, generan un cambio estructural que permea en los distintos círculos sociales y locales. En el caso de México, del año en que ha sido permitido el voto femenino, tenemos a la primera mujer con cargo de elección popular a la letrada Griselda Álvarez Ponce de León, siendo la primera gobernadora en nuestro país por Colima en 1979, a su vez, no fue continuo, en que, en otras entidades, pasaron muchos años para que siquiera hubiera una representante femenina en la mesa.

Igualmente, a pesar de tener la primera legislatura en México con paridad de género del 2021 al 2024, no por ello, disminuyó la carga de trabajo doméstico femenino, la violencia de género, los feminicidios que más bien van en aumento y la condición de dependencia económica en muchas casas hogar de nuestro país.

¿Qué significa esto? Que el aparato institucional político no cuenta con los mecanismos suficientes que permeen eficazmente en la sociedad que representa y sigue funcionando conforme a intereses particulares más que colectivos. A su vez, dentro de la sociedad, hay resistencias al cambio y nada que sepa cómo modificarlo.

Pondré un supuesto cotidiano entre el hábitat de la mujer electa y la mujer no electa, es decir, la ciudadana que sufre la desigualdad:

La mujer electa en su cargo, que llegó por una cuota de paridad, aunque no pondrían a cualquier persona, sino alguien que estuviera cerca del círculo de poder, ya sea por esfuerzo propio o por recomendación y que en la elección ganó ya sea por circunstancias o legitimidad auténtica, si no era consciente tanto de la problemáticas para alcanzar la igualdad de oportunidades entre géneros y tampoco cuenta con la caja de herramientas para operarlo por su expertise o de su equipo, posiblemente, o no le importará en lo absoluto lo que pase, porque personalmente ha ganado y tiene poder, o en su caso, intentará hacer algo y poco estará apegado a una política eficaz y eficiente.

En contraste, la mujer ciudadana que votó por ella por un cambio, esperará que algo suceda, que permita que ella tenga más oportunidades laborales, más impartición de justicia en casos de violencia, seguridad en las calles y es más, un futuro educativo más prometedor, pero en el camino, no es escuchada, tampoco ve resultados y en la mínima ocasión que tiene un acercamiento con la persona electa, lo primero que recibe de ella, es un simple y llano discurso de justificaciones y carente de escuchar sus inquietudes.

¿Qué pasó? La mujer electa, quedó ensimismada en un mundo que, dentro del lujo del poder, por la falta de fortalezas internas y capacidad suya y de su entorno la envolvieron en un imaginario que seguramente le dijeron que todo está bien y si alguien se queja es por fines políticos.

Mientras tanto, ¿qué esperan que haga la mujer ciudadana que votó? Hay dos caminos, la democracia o la fuerza, siempre y cuando “dios, el partido y la salud se lo permita”.

Otra cosa hubiera sido, si esa mujer electa, que haya llegado por el esfuerzo y con la experiencia, fuera constructora en calle y tejiendo fino de los mecanismos que vinculen la realidad de sus representantes. Eso se hace caminando y concretando políticas para erradicar cada eje que propicia a la desigualdad social-cultural-educativa, económica, política y de seguridad.

Cerrando el punto, podemos decir, que no hay mujer que no haya sufrido desigualdad por género alguna vez en su vida, lo encontramos en prácticas subconscientes en casa, en el desenvolvimiento social, en los entornos laborales, y, sobre todo, para alcanzar los cargos de decisión. En que habrá hombres y mujeres que opten por propiciarlo aún más, o simplemente omitir porque ya llegaron, cerrando la puerta con llave y decir, soy yo y nadie más. Un autoengaño para vestir su grandeza con un traje invisible que sus allegados aplauden.

Habrá hombres que lo refuten, en asegurar que ellos han sufrido desigualdad de otro tipo, y claro, la disputa por el poder en el sentido animal, siempre es uno por encima del otro, por tanto, a alguien tuvieron que sacar; pero … quiero advertir, en las democracias, siempre habrá más rechazados que ganadores, que cuando decidan ante una causa que en carne propia haya sufrido la persona que lo abandere destinarán sus votos mayoritarios, aplastando a la élite ganadora por la imposición.

Sin embargo, para no dejarlo pasar, estimados hombres compañeros, consideren que además de la normal desigualdad por las disputas que todos los días tenemos que vivir, las mujeres hemos tenido que sufrir que ni a la cancha nos dejaron entrar para competir, por el simple hecho de ser mujer, donde el perjuicio se antepone al duelo.

Y actualmente, en sociedades en transición con cambios y resistencias cruzándose todos los días, lo vemos diferenciadamente de hombres o mujeres a mujeres de nuevas generaciones.

Así que el camino para nosotras que queremos igualdad sustancial y trascendencia, concluye en uno solo: en seguir luchando, pero a la vez no dejar de tejer el trazo para levantar a todas las que en el camino mantienen ese mismo tenor.

En caso de que no les crean o alguien en la élite tontamente las quiera tapar, solo contesten como alguna vez Rousseau y que seguramente Hipatia también aplicó (con la diferencia que a ella el régimen la mató y la exhibió para que nunca más una mujer fuera parte de la voz pública pensante, sin éxito claro está), le dijo a su pequeño pero vanagloriado adversario: “tu disfrutarás en este momento de que ese rey y sus súbditos te hayan aplaudido y que a mí me han prohibido si quiera hablar o publicar, disfrútalo ahorita, porque tú serás olvidado por la historia, nadie sabrá si quiera tu nombre, en cambio, en mi caso personal, pasarán siglos y seguiré siendo leída(o) y recordada(o) por cada rincón del mundo”.

Vivan la gloria y queremos vivir en libertad.

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