Lo cierto es que fueron aplastados en las urnas.
Lo cierto es que una abrumadora mayoría de las y los mexicanos no cayó en sus trampas, no creyó antes de la elección, ni cree ahora sus mentiras como la de la supuesta sobrerrepresentación y menos se impresiona o se atemoriza —sobre todo después de haberlos vencido limpiamente— con sus arrebatos retóricos.
Lo cierto es que la democracia en México no está en peligro como las y los conservadores y sus muchos voceros en los medios sostienen. Lo cierto es que hoy el pueblo mexicano se sabe por fin soberano y en el mundo se nos reconoce, por primera vez, como una democracia real, fuerte y ejemplar.
Lo cierto es que Andrés Manuel López Obrador, quien en unos días habrá de salir de escena para siempre, de eclipsarse cuando cuenta con un altísimo respaldo popular y como no lo ha hecho ningún otro dirigente de un movimiento revolucionario victorioso, no actuó jamás como un tirano o como un autócrata y tampoco destruyó a México.
Lo cierto es que, en las urnas, Claudia Sheinbaum Pardo, quien, respetando siempre las reglas de la democracia, obtuvo casi 36 millones de votos y sacó 30 puntos de ventaja a su más cercana competidora, recibió un mandato contundente e inapelable que ha de ser respetado: continuar, consolidar y profundizar la transformación del país.
A no mentir, no robar, no traicionar al pueblo jamás, a no titubear ni retroceder ni un paso, a preservar el legado de López Obrador se comprometió Claudia y el electorado, informado de sus planes y propósitos, y convencido, al escucharla, de que la razón le asiste y de que tiene el valor y la capacidad para cumplirlos y gobernar, confió en ella.
Lo cierto es que, consciente y libremente, decidieron además las y los ciudadanos, dejarle las manos libres a la 1era Presidenta de la historia de México y votaron para que tuviera mayoría calificada en el Congreso de la Unión y pudiera reformar la Constitución.
Lo cierto es que las y los votantes decidieron que es preciso rescatar, reformar y regenerar aquellos poderes del Estado, como el Judicial o a aquellas instituciones como la autoridad electoral, en donde la oligarquía y el viejo régimen se atrincheraron y desde los cuales pretendían seguir gobernando o ejercer al menos su poder de veto.
Lo cierto es que, a la gente, que sabía perfectamente porque votaba, la experiencia del 2021, el comportamiento posterior de la oposición y el despliegue que hizo la misma de su arsenal de trucos sucios en la reciente campaña electoral, le mostró el camino a seguir.
Nada menos que una victoria aplastante, entendieron las y los votantes, había que darle a Claudia para que pudiera enfrentar con éxito a los poderes fácticos y a esa oposición tan mentirosa y marrullera.
Lo cierto es que ignorantes son aquellos que sostienen —y son legión en los medios convencionales— que la gente no sabe por qué voto y no entiende la necesidad ni el alcance de las Reformas Constitucionales. “Tonto —dice Andrés Manuel y con razón— es aquel que piensa que el pueblo es tonto”.
Lo cierto es que la oposición, los académicos e intelectuales, los líderes de opinión que la sirven y respaldan mienten de nuevo —y lo hacen descarada, doctoral y masivamente— cuando dicen que defienden, los “saludables y necesarios contrapesos que la democracia exige”.
Lo cierto es que pretenden torcer la ley, burlar la voluntad popular expresada en las urnas y arrebatar a Claudia y a la coalición “Seguimos haciendo historia” la mayoría calificada ganada limpia y auténticamente como lo establece la Constitución.
¿Contrapesos democráticos?
¡Qué va!
Que se dejen de patrañas, bravatas y pataletas.
Inclinar la balanza a su favor —con el peso sumado del poder económico, el Poder Judicial y el poder mediático— es lo único que buscan.
Fuente: Milenio