
En la era digital, los influencers han tomado un papel central en la vida de los jóvenes, moldeando sus percepciones, aspiraciones y conductas. Si bien algunos utilizan su plataforma para inspirar y educar, muchos han optado por caminos más peligrosos, promoviendo retos absurdos, estilos de vida insostenibles y valores que lejos están de contribuir a una sociedad justa y equitativa. Estas influencias negativas están marcando a una generación, incitando conductas de riesgo y alejándola de los principios necesarios para construir un futuro sólido y responsable.
Los retos virales que incitan al riesgo físico o emocional son un ejemplo alarmante. Desde consumir sustancias nocivas hasta realizar actos peligrosos para ganar likes y seguidores, estas prácticas han escalado a niveles inaceptables. Para los jóvenes, que están en una etapa crucial de formación de identidad, la influencia de estos personajes puede ser devastadora, empujándolos hacia excesos y conductas que atentan contra su integridad. Más preocupante aún, estas actividades a menudo son justificadas como “diversión inofensiva” por quienes las promueven, ignorando el impacto real que tienen en la audiencia.
Además, la constante exposición a imágenes de lujo desmedido, cuerpos irreales y vidas “perfectas” genera inseguridades y conflictos internos. Los jóvenes, bombardeados por este tipo de contenido, se ven atrapados en una competencia por alcanzar estándares imposibles, lo que fomenta una búsqueda insaciable de aprobación social y refuerza patrones superficiales y vacíos. Este modelo de éxito, basado en la apariencia y no en los valores, aleja a los jóvenes de principios fundamentales como la empatía, el respeto, el esfuerzo y la autenticidad.
Es imprescindible que como sociedad replanteemos el rol de los influencers y el impacto que tienen en las nuevas generaciones. No se trata de censurar las plataformas digitales, sino de fomentar un uso responsable y ético de ellas. Los influencers que cuentan con millones de seguidores tienen la obligación moral de ser conscientes del alcance de sus palabras y acciones. Promover valores como la honestidad, el respeto por los demás, la solidaridad y la responsabilidad debería ser la norma, no la excepción.
Por otro lado, los padres, educadores y la sociedad en general tienen un papel importante en contrarrestar estas influencias negativas. Es necesario promover una educación digital que ayude a los jóvenes a diferenciar entre contenido valioso y pernicioso, además de enseñarles a construir su autoestima sobre bases sólidas y no sobre la aceptación en redes sociales.
La responsabilidad también recae en las plataformas digitales, que deben implementar políticas más estrictas para evitar la viralización de contenido peligroso o irresponsable. Asimismo, es fundamental generar regulaciones claras para que los creadores de contenido respondan por los mensajes que difunden, especialmente cuando estos representan riesgos evidentes para su audiencia.
Necesitamos modelos positivos que inspiren a los jóvenes a construir un futuro más equitativo, solidario y auténtico. El bienestar colectivo debe estar por encima de la búsqueda de likes y seguidores. Solo fomentando valores sólidos y responsabilidad en el ámbito digital podremos evitar que las redes sociales se conviertan en un espacio que normalice conductas destructivas y perjudiciales. El reto no es fácil, pero es indispensable si queremos una sociedad más justa y con principios que realmente enriquezcan a quienes la conforman.