Casualmente la noche del martes me topé con una transmisión en directo del discurso de Donald Trump ante el Congreso de su país. El clickbait funcionó perfecto porque me atrapó el título que (inocentemente) leí como “EU abandona la OTAN”. Me parecía una nota sorprendente, pero lo que más me sorprendió fue ver cómo ese acto se convirtió en un programa de televisión.
Emulando a los buenos tiempos de la “señorita Laura” o de la “señorita Rocío”, el discurso de Trump se convirtió en un talkshow con dosis de drama, fans aplaudiendo como si estuvieran en un set de televisión, tiros de cámara ensayados y promesas que hacen dudar si el expresidente quiere gobernar o simplemente protagonizar un reality show.
Y más allá de las validas razones para agradecerse mutuamente, los trumpistas y el presidente de EU, derrocharon perlas para el anecdotario de quienes recopilan los “momentos históricos de la TV”.
Cada día nos encontramos con una nueva sorpresa, una nueva contradicción o una locura. La noche del martes el presidente Donald Trump le pidió al Congreso eliminar la Ley Chips, la misma que, en 2022; los dos partidos en el Congreso aprobaron con el objetivo de devolverle a Estados Unidos su capacidad de fabricar semiconductores.
La ley que otorgó 52 mil 700 millones de dólares no es poca cosa. Empresas como TSMC, Intel y Samsung ya habían echado a andar inversiones millonarias con base en ese incentivo. Pero ahora, Trump la califica como un desperdicio y una «cosa horrible».
Si algo ha caracterizado el estilo de Trump, además de su afán por hacer de la política un show, es su idea de que la industria global se maneja con amenazas y berrinches. Trump cree que es muy fácil cambiar la producción de chips de un continente a otro en solo tres patadas. Así como le exigió a la taiwanesa TSMC a que invirtiera en su país con la sutil estrategia de imponerle aranceles, ahora sugiere quitarle los subsidios otorgados. Es decir, primero los extorsiona para que inviertan y luego les cambia las reglas del juego. Un ejemplo de la seguridad jurídica versión Trump.
Como te lo comenté en mi entrega pasada, la taiwanesa TSMC se topó con un “arriba las manos, este es un arancel” y respondió con una inversión de 165 mil millones de dólares. Pero no fue la única.
En los últimos días de la administración Biden, se asignaron 33 mil millones de dólares en subsidios entre gigantes tecnológicos. Intel recibiría 7 mil 860 millones, Samsung 4 mil 745 millones, Micron 6 mil 100 millones y TSMC 6 mil 600 millones, pero todo eso podría ser cancelado con una simple firma. El nuevo secretario de Comercio, Howard Lutnick, ya dejó entrever que revisará esos subsidios y, si le parece, los revocará. ¡Ups!
Este vaivén de decisiones tiene consecuencias serias. Las empresas que creyeron en la promesa de estabilidad para invertir en Estados Unidos podrían replantearse su presencia en ese país. Porque si la palabra del gobierno cambia con cada administración, ¿qué confianza pueden tener los inversionistas? Más aún, ¿cómo espera Trump que las empresas de chips quieran producir en su territorio si les da incentivos un día y al siguiente se los quita?
Pero lo más contradictorio es que, mientras despotrica contra la Ley Chips, sigue vendiendo la idea de que impondrá aranceles para obligar a las empresas a fabricar en su país. Es decir, primero castiga a los que producen fuera, luego les ofrece dinero para que se muden y, cuando llegan, les retira los incentivos. Un script digno de un capítulo de reality show donde el final siempre es incierto.
Si Trump logra eliminar la Ley Chips, lo que en realidad hará es dejar a Estados Unidos aún más vulnerable en la competencia tecnológica global. China, que no necesita incentivos para dominar la industria de semiconductores, celebrará la jugada. Y mientras tanto, las empresas que ya invirtieron millones en suelo estadounidense se quedarán con la amarga lección de que, en la política de Trump, lo único seguro es la incertidumbre.
De cumplirse la idea de Trump y eliminar la Ley Chip y sobre todo, quitar los subsidios; se romperá nuevamente la confianza de las empresas en la palabra del gobierno y el presidente de EU; justo como ya está sucediendo con los aranceles que está aplicando a sus “socios” comerciales que ya no lo ven con seriedad. Bendita incertidumbre trumpista.
La tecnología os hará libres
Mientras unos entran en pánico con la nueva era imperialista de Estados Unidos y otros aplauden la guerra comercial de Donald Trump, hay quienes seguimos confiando en que “la tecnología os hará libres”. A pesar de las políticas proteccionistas y los aranceles que buscan privilegiar a unos sobre otros, la innovación sigue siendo un motor de cambio que no conoce fronteras.
Más allá de las políticas proteccionistas y la guerra arancelaria, el verdadero motor de cambio está en la innovación y su capacidad de transformar industrias y sociedades.
Fernando Lelo De Larrea, fundador y socio director de Rumbo Ventures, lo tiene claro y nos lo dice: la tecnología, bien utilizada, puede ser un catalizador de oportunidades. No se trata solo de desarrollar nuevas herramientas, como la Inteligencia Artificial, sino de dirigirlas estratégicamente para mejorar la eficiencia y fomentar el crecimiento económico. Cuando la innovación se enfoca en resolver problemas reales, los beneficios son tangibles y masivos.
Sin embargo, la historia también nos ha demostrado que la tecnología mal gestionada puede consolidar monopolios y aumentar desigualdades. Ahí está el desafío. Se debe garantizar que la inversión tecnológica se traduzca en beneficios colectivos y no solo en ventajas para unos cuantos. Y aunque las grandes potencias suelen ignorar este principio, el sector privado en mercados emergentes tiene la oportunidad de marcar la diferencia.
Un tema crítico en esta ecuación es la transición energética. Trump sacó a EU del Acuerdo de París y se ha obsesionado con la perforación de más pozos petroleros. El presidente gringo, como otros tantos, han repetido la narrativa de que la rentabilidad y la sostenibilidad son objetivos opuestos, pero como bien señala Fernando Lelo De Larrea, esa dicotomía es un mito. Las empresas que integran prácticas sustentables no solo reducen riesgos, sino que también se posicionan mejor en un mundo donde la regulación y la conciencia ambiental van en aumento.
El camino hacia una economía más resiliente y competitiva pasa por invertir en energías limpias y desarrollar modelos de negocio sostenibles. No es un gasto, es una inversión en el futuro. Empresas que adopten esta visión serán las que lideren la próxima ola de crecimiento global. En lugar de aferrarse a modelos extractivistas y especulativos, el enfoque debe ser crear valor a largo plazo.
El futuro de la economía global dependerá de cómo se equilibren crecimiento, innovación y sostenibilidad. Apostar por tecnología con propósito y por inversiones responsables no es solo una necesidad ética, sino la mejor estrategia para garantizar un desarrollo económico sólido y duradero.
No temas y quédate con esta reflexión de Lelo de Larrea: El futuro no pertenece a quienes imponen barreras o protegen mercados a costa de la competitividad global. El desarrollo económico duradero se construye con inversión en tecnología y sostenibilidad.
No solo es una decisión ética, es una estrategia inteligente para un mundo que ya no puede darse el lujo de ignorar su propio destino fatal.